Con calculadora en mano
y dentadura sonriente,
la Flaca sabe que mienten
los que expresan, muy ufanos,
que mueren menos humanos
por homicidios patentes.
Cuando viene la Espigada
a la gran Tenochtitlán,
se toma su Diazepán
y calcula las entradas
de paisanos que en parvada
le cayeron al Mictlán.
“Ya casi son los quinientos.
Y eso que la austeridad
es la regla. La maldad
se da bien sobre el cemento”,
dice quien pide un aumento
pues la chamba en la ciudad
no termina. Noche y día
de Tlalpan a Iztapalapa
en cualquier lugar del mapa,
por Polanco o Ferrería,
Viaducto o Motolinía,
se deja sentir el hampa.
Mientras pasea por Reforma
piensa: “La mera verdad
no ha sido mi voluntad
que terminen de esta forma
los chilangos. Me trastorna
lo que pasa en la ciudad.”
Suspira y cruza Insurgentes.
Se le nota ya cansada,
andando en la marejada
de motos, carros y gente
mientras dice: “Aquí, parientes,
la vida no vale nada.”
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