Como buen cinéfilo de sofá, termina uno cayendo en las sugerencias de las plataformas y un día cualquiera sucumbí a una chick flick, es decir, una comedia ligera, cuyos principales ingredientes son el romance y los amores posibles o imposibles.
El ascenso, protagonizada por Camila Mendes, actriz estadounidense de ascendencia brasileña, es una película, como buena chick flick, basada en el estereotipo de la cenicienta, con una marcada similitud con El diablo viste a la moda (todo un clásico de ese género), me trajo una epifanía, una revelación de cómo opera el lamentable sistema de castas en el país vecino.
Ana, una aprendiz que logra por méritos propios ser nombrada la asistente de una galerista de Nueva York, experta en subastas, es explotada y maltratada por sus compañeras de trabajo, quienes harán todo lo posible por ponerle el pie y humillarla. Este par entrará en modo de alerta cuando son colocadas por debajo del personaje de Camila Mendes, y una de ellas, Renee, rindiendo las armas, aunque sea por conveniencia, esboza un gesto de paz y le dice:
— Sólo quiero decir, como otra mujer de color, que eres una gran inspiración.
Suzette, su compañera, la interrumpe, indignada.
— Ay, Renee, ella sólo es morena.
— ¿Qué? Ella es de Guatemala.
— En serio necesitas educarte.
Ambas se alejan discutiendo y Ana balbucea:
— Soy de Florida.
Ahora, ¿por qué es importante lo que muestra esa escena de la película? porque, aunque es cierto que es una chick flick y podrían ser consideradas mero entretenimiento, nos deja en claro que en la escala social de Estados Unidos hay de minorías a minorías.
Del mismo modo que los afroestadounidenses, provenientes de una esclavitud de siglos, fueron marginados y menospreciados en el pasado —y lo siguen siendo de muchas maneras—, hoy, y como resultado de la migración masiva de muchos grupos de personas de todo el mundo, se cuenta con una configuración social muy heterogénea, conformada por personas asiáticas, africanas, sudamericanas, de Europa del Norte y del Este, entre muchos otros orígenes, en la que los afroestadounidenses no se encuentran en el peldaño más bajo de la escala.
En 2008 llegó a la presidencia de Estados Unidos Barack Obama, un político del partido demócrata que representó la esperanza de una política más amable en el trato a los migrantes y que resultó todo lo contrario porque las deportaciones se incrementaron y las imágenes de los centros de detención de migrantes continuaron tan crueles e indignantes como en cualquiera de las otras adminstraciones, tanto republicanas como demócratas.
Por simplificación, desde nuestra trinchera, solemos asociar a los republicanos como los malos de la película y a los demócratas como los buenos, o al menos no tan malos, pero no es tan sencillo. De hecho, no hay nada sencillo cuando se trata de comprender la conformación política y electoral, bipartidista, de Estados Unidos.
Recientemente veíamos que las únicas dos opciones para elegir presidente de EEUU eran igual de malas. Dos viejitos, uno delincuente probado y paranoico y el otro decrépito, cercano a la interdicción. Por fortuna para ellos y para el mundo, Biden, el actual presidente decidió retirarse de la contienda y se hizo a un lado para apoyar a Kamala Harris, su vicepresidenta, una mujer afrodescendiente de 59 años, demócrata, progresista y con excelentes credenciales profesionales.
En días pasados se enfrentaron Trump y Harris en un debate en el que Harris resultó triunfadora indiscutible. Mediante una estrategia de pugilista no le dio respiro al oponente y lo hizo perder el piso y sacó de él su peor versión para responder con una andanada de mentiras, misoginia y racismo que lo exhibieron a tal grado que ni los republicanos se animan a defenderlo.
Kamala va, si no ocurre algo extraordinario, directo y sin dificultades a la presidencia de los Estados Unidos. Si el miedo no se apodera de los electores, que no son los ciudadanos sino unos super electores, que votan por cada estado, porque en EEUU el voto es indirecto y los que determinan la victoria son los estados indecisos.
Regresando a la reflexión de la película El ascenso, ¿habrá un espacio y una intención seria sobre la relación bilateral y los temas migratorios en la agenda de la candidata demócrata para cuando llegue, eventualmente, a la presidencia? Considerando que somos el principal socio comercial y el país por el que ingresa la mayor cantidad de migrantes indocumentados debería tenernos en cuenta. Dados los antecedentes, el origen de la candidata no es garantía de nada. En pocas palabras: Kamala ¿es carnala? Al tiempo.
¡Se el primero en comentar!